En el deporte profesional se está hablando constantemente de Inteligencia Emocional… ¿No te parece verdad? ¿Acaso no se habla de lo bien que gestiona Roger Federer sus emociones? ¿Del ejemplo de motivación de grupo que da Cholo Simeone con su plantilla? ¿De la capacidad de superación que ha demostrado Rafa Nadal en la última temporada tenística? ¿De la buena relación que sabe mantener Zinedin Zidane con la prensa desde que es entrenador del R. Madrid?…. ¿Te suenan más ejemplos?
Efectivamente, todos estos casos, y muchos más, son la punta del iceberg de un excelente trabajo que estos grandes profesionales están realizando con las emociones. Lo que sucede, es que, es verdad, no se habla de lo que no se ve… INTELIGENCIA EMOCIONAL.
“Habilidad para motivarse y persistir frente a las frustraciones, controlar impulsos y demorar gratificaciones, regular los estados de humor, evitar que las desgracias obstaculicen la habilidad de pensar, desarrollar empatía y esperanza”- Daniel Goleman (1995)
Esta es la definición teórica (una de ellas). La práctica dice que aquél/la que consigue gestionarse las emociones logra sus objetivos en la vida (sea en el campo que sea). Además, si es capaz de trasladar esa gestión hacia las emociones de los demás, se convertirá, de manera inevitable, en un líder.
Entonces, ¿cuándo necesitamos recurrir a la Inteligencia Emocional en el deporte de base? Más bien, yo diría ¿cuándo no?
Siempre que hablemos de saber afrontar una lesión, de encontrar motivación tras un resultado inesperado, de alcanzar un reto cuando parece lejano, de comunicar de manera asertiva (al jugador/a, familiar, prensa…), de dar apoyo durante la competición…. en todos estos casos, es necesario ir a la caja de herramientas que nos ofrece la Inteligencia Emocional.
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